En la era de la autenticidad, no necesitamos nuevas palabras de parte de Dios; más bien, necesitamos repetir lo que Él ya ha dicho.
Hace años, yo era parte del equipo editorial de una revista publicada por una organización cristiana conservadora. Debido a que el nombre de la organización estaba en la cabecera, la reputación de la misma estaba asociada con las ideas y los autores que aparecían dentro de sus páginas. Algunos de nuestros lectores también eran donantes que, de vez en cuando, se quejaban cuando el «pedigrí» de un autor o la naturaleza de las ideas expresadas no parecían estar en línea con la perspectiva teológica que distinguía a la organización.
El resultado era bastante predecible. Algunos de mis amigos bromeaban diciendo que nuestro lema debía ser: «La revista que no tienes que leer para saber lo que va a decir».
A los escritores, al igual que ocurre con compositores u otros artistas, se les regaña cuando se repiten mucho. Especialmente hoy en día, cuando se trata de expresión creativa, la novedad es valorada por encima de todo lo demás.
Sin embargo, enfocarse en exceso en la originalidad hace que perdamos de vista un principio básico de lo que posibilita la originalidad en primer lugar: concretamente, los fundamentos. Esa es la razón por la que los chelistas más destacados siguen practicando horas de escalas y otros ejercicios técnicos y la razón por la que Michael Jordan practicaba tiros libres hasta que podía encestarlos con los ojos cerrados. Solo por medio de la confianza que se construye a través de la repetición infinita los grandes intérpretes se sienten libres para improvisar melodías o para deslumbrar en la ofensiva ...
from Christianity Today Magazine
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